viernes, 28 de enero de 2011

Mujeres al volante.


Desde que soy una mujer trabajadora después de haber terminado un periodo de prácticas digamos “poco práctico”, no tengo tiempo ni de respirar. Corrijo, aún no se cómo organizarme el poco tiempo que tengo. Además esto ha venido después de una mudanza de 15 días non-stop, conclusión, he vuelto a fallar en mi tarea de escribir. Creo que mi capacidad multifunción se está empezando a ver mermada, aparte de que mi inspiración está un poco por los suelos últimamente. Pero esta mañana conduciendo mi moto de camino al trabajo me ha pasado algo que me hubiera hecho pararme en seco y aporrear el cristal de un coche, si yo fuera la persona violenta que no soy. Y debe ser que las subidas de ira y adrenalina desatan mi vena creativa, así que aquí estamos de vuelta.

Relato los hechos, teniendo en cuenta que esta mañana ha amanecido lloviendo, faena número uno cuando vas en moto. Iba yo tan feliz (lo feliz que una puede estar cuando sabe que tiene todas las papeletas de acabar como una sopa antes de llegar a la oficina), ataviada con mis mejores galas moteras, es decir, mi faldita mona y estupenda de súper-secretaria, mi camisa impecablemente arrugada por la “braga” para el cuello y la cara, mis botas hasta las rodillas para no perder los piececitos por congelación, y mi chaquetita medio pija concordante en color con el atuendo en cuestión. Y encima, mi súper chubasquero totalmente discordante en color con el atuendo en cuestión, que teniendo en cuenta todo lo que llevo debajo me hace parecer Enrique VIII. Además según salgo por la puerta del garaje y me sopla un poco de viento en los ojos empiezo a llorar como si estuviera cortando cebollas. ¡Guapísima donde las haya!

Pues con esas pintas iba yo por la A2 entrando en Avenida de América cuando conduciendo entre los coches veo que uno no solo no se echa a un lado para dejarme pasar, que es lo que suele pasar con la gente solidaria con los motoristas cuando les ve entre dos coches a punto de llevarse por delante uno, o los dos retrovisores, (ejem, que conste que esto nunca me ha pasado), sino que además se iba echando cada vez más hacia mi lado, y yo pensando, -es que la muy pava, (siento reconocer que en estos casos siempre son mujeres o taxistas, por mucho que me pese admitirlo), no tiene abierto el retrovisor derecho y no me ve-. Así que cauta de mí me aproximo lentamente y para mi sorpresa cuando llego a su lado y la tipa ¡¡se estaba maquillando!!. Mientras se pintaba un ojo, con el otro ojo veía para conducir, y claro, teniendo un coche delante con el que controlar la distancia de seguridad, ¿quien tiene un tercer ojo para mirar los retrovisores?, sobre todo cuando los llevas metidos para dentro. Al final he echado un par de lagartos y sapos por la boca para no colocarle el retrovisor en su sitio para que por lo menos pudiera ver cuando acabara de maquillarse, pero seguro que del susto se metía el rimel en el ojo y tampoco era cuestión de chafarle la faena.

Total que después de recorrerme medio Madrid he conseguido llegar a mi trabajo y entrar a tiempo de hacerme un total make over en el baño antes de que nadie me viera con semejantes pintas. Eso sí, las marcas de la “braga” del cuello y la cara, que llevo a modo de pasamontañas hasta la nariz, son cuando menos graciosas viéndome ya con mi atuendo de señorita.